Maxfield Parrish_Los Portadores de la Linterna, 1908
Se dice que Hegel, el más elevado y poderoso de
los filósofos románticos –a un tiempo claro y críptico, abstracto y realista-,
era consolado por uno de sus discípulos mientras yacía en su lecho de muerte,
en 1831, prematuramente consumido por el cólera.
Quien lo consolaba era uno de su más íntimos amigos y distinguidos seguidores y trataba de animar a su maestro diciéndole que, si fallecía antes de completar su gigantesca obra enciclopédica, sus fieles discípulos quedaban para proseguirla.
Hegel, sereno como el silencio antártico, a punto de morir, levantó apenas la cabeza, murmurando: “Tuve un discípulo que me entendió”.
Y mientras los presentes ponían toda su atención para oír el nombre que había de pronunciar el venerado maestro, su cabeza volvió a hundirse en la almohada: “Un discípulo que me entendió –prosiguió diciendo- y que me entendió mal”.
Quien lo consolaba era uno de su más íntimos amigos y distinguidos seguidores y trataba de animar a su maestro diciéndole que, si fallecía antes de completar su gigantesca obra enciclopédica, sus fieles discípulos quedaban para proseguirla.
Hegel, sereno como el silencio antártico, a punto de morir, levantó apenas la cabeza, murmurando: “Tuve un discípulo que me entendió”.
Y mientras los presentes ponían toda su atención para oír el nombre que había de pronunciar el venerado maestro, su cabeza volvió a hundirse en la almohada: “Un discípulo que me entendió –prosiguió diciendo- y que me entendió mal”.
Heinrich Zimer
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