Bartolomé Esteban Murillo_Una niña y su ama, 1670
¡Salve, ruinas solitarias, sepulcros sacrosantos, muros
silenciosos! a vosotros invoco, a vosotros dirijo mis plegarias.
¡Si, mientras que vuestro aspecto repele con terror secreto
las miradas del vulgo, mi corazón encuentra, al contemplaros, el encanto de los
sentimientos profundos y de las ideas elevadas!
¡Cuántas útiles lecciones, cuántas reflexiones patéticas o
fuertes ofrecéis al espíritu que os sabe consultar!
Cuando la tierra entera, esclavizada, enmudecía a los pies
de los tiranos, vosotras proclamabais ya las verdades que detestan; y
confundiendo las reliquias de los reyes con las del último esclavo,
atestiguabais el santo dogma de la igualdad.
En vuestro tétrico recinto es donde yo, amante solitario de
la libertad, he visto aparecer su genio, no tal como se lo representa el vulgo
insensato, armado de teas y puñales, sino con el aspecto augusto de la
justicia, teniendo en sus manos la balanza sagrada en que se pesan las acciones
de los mortales en las puertas de la eternidad.
¡Oh sepulcros! ¡cuántas virtudes poseéis! Vosotros espantáis
los tiranos; vosotros emponzoñáis secretamente sus placeres impíos, haciéndoles
huir de vuestra incorruptible presencia, y cobardes, levantan lejos de vosotros
sus altivos palacios.
Vosotros
castigáis al opresor poderoso; vosotros arrebatáis el oro al juez prevaricador,
y vengáis al infeliz despojado por su rapacidad;
vosotros compensáis las privaciones del pobre, llenando de
zozobras el fausto del rico;
vosotros consoláis al desdichado ofreciéndole el último
asilo;
vosotros, en fin, dais al alma aquel justo equilibrio de
fuerza y sensibilidad que constituye la sabiduría, la ciencia de la vida.
Al considerar que es preciso restituíroslo todo, el hombre
reflexivo no se afana por vanas ostentaciones o inútiles riquezas; contiene su
corazón en los límites de la equidad; y como es fuerza que llena su destino,
emplea los instantes de su vida y disfruta los bienes que la han sido
dispensados.
Así ¡oh tumbas respetables! ponéis un freno saludable a la
vehemencia impetuosa de las pasiones.
Vosotras calmáis el ardor febril de los placeres que
perturban los sentidos; vosotras aliviáis el alma de la lucha fatigosa de las
pasiones;
vosotras la sobreponéis a los viles intereses que atormentan
a la multitud;
y abrazando desde vuestra altura, la escena de los pueblos y
los tiempos, no se despliega sino a grandes afectos ni concibe sino ideas
sólidas de gloria y de virtud.
¡Ah! cuando el sueño de la vida se termine, ¡de qué habrán
servido sus agitaciones, si no dejan vestigios de alguna utilidad?
¡Oh ruinas! volveré a visitaros para tomar vuestras
lecciones;
me colocaré en la paz de vuestras soledades; y allí, alejado
del espectáculo aflictivo de las pasiones, amaré a los hombres por mis gratas
memorias;
me ocuparé en su felicidad,
y la mía consistirá en la idea de haber adelantado la era
venturosa de la humanidad.
Las ruinas ó
Meditación sobre las revoluciones de los imperios precedidas de su biografía y
seguidas de la Ley natural
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