Ruinas de Guernica_España, 1937
Durante su recorrido por las provincias rusas en 1787, Catalina II la Grande creyó, al ver gente alegre y villorrios prósperos, que había conseguido hacer dichosos a sus súbditos. No se dio cuenta de que todo era un engaño fraguado por su primer ministro, el tuerto Potemkin, quien hizo disponer «aldeas Potemkin» a lo largo de la ruta real. Había ordenado al pueblo que aseara las calles, pintase las fachadas de sus casas, vistiera sus mejores ropas y sonriera. La emperatriz jamás notó la miseria y mugre tras esas fachadas.
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