Johannes Vermeer_The Astronomer, 1668
«Caballero: usted cree en profundos misterios, porque es un aficionado. Para un arqueólogo serio, los enigmas no existen.»
Así discurría en la televisión, una noche de 1969, el presidente de la Asociación de Escritores Científicos Franceses. El no es arqueólogo. Es matemático. Pero defendía cierto concepto de la ciencia que es tradicional en nuestro país desde «el siglo de las luces». El hombre, que desciende del mono, sólo fue verdadero animal racional después de la muerte de Luis XVI. Actualmente, puede explicarlo todo, o casi todo.
La persona seria es ahorrativa. La mejor hipótesis es la que utiliza una menor cantidad de imaginación y no destruye el concepto admitido de la mecánica de las cosas. Si las ratas de Noruega van en tropel a ahogarse en las aguas del océano, es porque son miopes y toman por un río el mar en que habrán de sucumbir. ¡Ah! Esto es científico, porque nos libra de un misterio.
El hecho de entusiasmarnos con la idea de que hay muchas cosas ocultas por descubrir equivale a hacerse cómplice del oscurantismo. Esta paradoja es el fundamento de cierto «racionalismo». En él, hay más fanatismo antirreligioso que razón. En verdad, este racionalismo es un prosaísmo insensato. La seriedad hace carrera en esta insensatez. La inteligencia se aventura. El hombre serio profesa una idea de la ciencia que, al rechazar lo desconocido, desanima a la investigación. La inteligencia considera que no se puede tener una idea de la ciencia y conformarse con ella sin impedir, inmediatamente, su funcionamiento. Si para un arqueólogo serio los enigmas no existen, ¿por qué se dedica a la Arqueología? ¡Triste oficio el suyo! ¡Que insensatez haberlo escogido y mantenerse en él! Boucher de Perthes era un aficionado. Y descubrió la Prehistoria. Schlieman era un aficionado. Y descubrió Troya. Hapgood era un aficionado. Y formuló la teoría del desplazamiento de los continentes. Hawkins era un aficionado. Y penetró el secreto de Stonehenge. La Naturaleza, que parece carecer de ideología, desdeñó inscribirse en la liga racionalista. Todo induce a creer que escribe una historia muy complicada y más bien fantástica, para el uso de personas que son más inteligentes que serias.
Así, pues, señor presidente, ¿cree usted que conocemos todo el pasado humano? ¿Es la Arqueología, después de unos cuantos años de excavaciones, una ciencia completa y cerrada, como lo era la Física en el siglo XIX? ¿No hay la menor posibilidad de una revolución en este campo, comparable a la que produjeron, en física, la radiactividad, la relatividad y la mecánica ondulatoria? Permítanos algunas preguntas. ¿Quién las formula? ¡Bah! ¡Unos despreciables aficionados! ¿Especialistas en nada? ¡Pues sí! Especialistas en ideas generales. Es ésta una especialidad muy desacreditada hoy en día. Tan desacreditada, que casi no nos atreveríamos a formular preguntas si no tuviésemos en cuenta esta verdad: el hombre que a veces hace muchas preguntas puede parecer imbécil, pero el que no hace ninguna, seguirá siéndolo toda la vida.
PEQUEÑO MANUAL DEL JUEGO DE LOS ENIGMAS
La Rebelión de los Brujos
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