El partido negaba la voluntad libre del individuo al tiempo que le exigía su entrega voluntaria. Negaba la capacidad de éste para elegir entre dos posibilidades, y le exigía al mismo tiempo que tomara de forma permanente la decisión correcta. Negaba la capacidad del individuo para discernir entre el bien y el mal, y le hablaba al mismo tiempo, en tonos patéticos, de culpa y traición. El individuo estaba en el signo de la fatalidad económica, como una rueda en el mecanismo de relojería que, puesto en marcha antes de todos los tiempos, hacía sonar su tic tac imparable e inaccesible, y el partido exigía que la rueda se rebelara contra el mecanismo de relojería y cambiara su curso. En algún lugar tenía que esconderse un error en este cálculo: no salían las cuentas.
El cero y el infinito
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