
Aquí está entonces el hombre fuera de nuestro pueblo, fuera de nuestra humanidad. Está siempre famélico, nada le pertenece salvo el instante, el prolongado instante de la tortura... Siempre posee una sola cosa: su sufrimiento, pero no hay nada en toda la superficie de la tierra que pueda servirle de remedio, no hay terreno donde apoyar sus dos pies, ningún soporte para afianzar sus manos, y por ello hay menos para él que lo que tiene el trapecista del music-hall, quien al menos pende de un hilo.
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