estaba cubierta de la arcilla secular,
están ahora sobre la mesa del lapidario.
Él las coge una tras otra, y las coloca sobre la rueda
que gira rápida. A medida que se pulimentan,
se oye un quejido agudo,
como si la piedra peciosa llorase en su sufrimiento.
Pero el lapidario no tiene derecho a detenerse,
pues conoce el fin y los medios.
Una a una, se ensanchan las facetas;
lentamente, seguramente, cada piedra toma su forma.
Por fin, a pesar de los quejidos, se termina la obra.
La gema refulge ahora transmitiendo la pura luz del Sol,
relumbra para regocijo de las almas sin guardar nada para sí.
Parábola
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