Imaginémonos la escena: En un monasterio benedictino situado
en la Franconia, entre Würzburg y Bamberg y que se levanta
en el pueblo de Müssterschwarzach, nombre de no fácil
pronunciación para los principiantes en alemán, había por los
años 1968 y siguientes una magnífica promoción de monjes
cargados de promesas y esperanzas.
Hasta allí, hasta el rincón monacal apacible llegaban las noticias
del mayo francés y posteriormente la de la invasión de
Checoslovaquia. Los casi doscientos monjes no interrumpieron
su horario en el que se alteraba rítmicamente la oración y el trabajo.
Ya se percibían entonces los primeros síntomas de una crisis,
de una interrogación y se esperaba también una respuesta
de nuevas actitudes. El monasterio se ampliaba con nuevas
dependencias y su palpitar misionero, pues este monasterio es
misionero y con fundaciones lejanas en África, América...
tampoco disminuía.
Vinieron después años en que bastantes monjes dejaron el lugar
protector e incitante tras haber permanecido en él durante el tiempo
de su primera y segunda juventud. Y de entre aquel grupo
prometedor que llamaba la atención al final de los años sesenta
hubo unos monjes que fueron ocupando los puestos de más
responsabilidad en el monasterio. De entre aquellos
que eran esperanza salió el que iba a ser Padre Hospedero,
cargo benedictino si los hay. También se perfilaron los animadores
y creadores del canto, las figuras del estudio y las personalidades
especialmente orantes, algunos conocidos hoy en casi todo el mundo.
De entre ellos, por fin, habría de salir el actual Abad.
¿Cuál es la escena, dentro de este contexto que nos hemos de imaginar?
La del encuentro de estos monjes ante un hecho grave
como el que estaban presenciando: la salida sucesiva
de numerosos hermanos que por su cantidad y por su gran valor
hacían esta ruptura especialmente dolorosa.
Y en el encuentro surge la pregunta: ¿Qué pasa al llegar a cierta
edad?
...
Aquellos monjes se plantearon ni más ni menos la pregunta
de la vida y de su continuidad, de su sentido y de su drama.
...
Se debe comenzar por hacer consciente el hecho de que la vida,
mi vida, la de cada cual es una sucesión de nacimientos y muertes,
o si se quiere suavizar, de transformaciones. Y cada momento de
mi vida tiene la misma realidad y la misma exigencia de aceptación.
Esta simple verdad no aparece normalmente con fuerza y urgencia
conmovedoras. El discurrir de los días y de los años va creando
lentamente las nuevas situaciones y las transformaciones son apenas
registradas. Así el niño va creciendo y no se da cuenta (ni él ni los demás)
que se "hace mayor" por la sencilla razón de que un niño
no se "hace mayor" sino que "está-haciéndose-mayor" lentamente.
Pero llega un momento en que ese proceso lento se declara en explosiva
manifestación.
Igualmente podría decirse de cualquier otra etapa de la vida.
Cuando surge la notoriedad del cambio -que tampoco es instantánea-
aparece un claroscuro incierto y prometedor que produce una
situación intermedia azorante. Es lo que llamamos "crisis".
Crisis de la adolescencia, crisis juvenil, crisis de entrada en la
edad adulta, crisis de la mitad de la vida, crisis de la vejez,
y última crisis.
Los autores de estas páginas se han fijado en el tránsito o crisis
de la mitad de la vida, es decir, de la peculiar situación que se da
en la época que acaba la firmeza de lo adquirido y logrado hasta los
cuarenta años (las cifras deben ser consideradas con bastante
flexibilidad) y comienza otra etapa con perspectivas
y posibilidades diferentes.
Que esta crisis es crucial no hace falta argumentarlo.
Se trata del paso de la autoafirmación y espera en las propias
fuerzas a la "aceptación" y nacimiento de la esperanza que consiste
en confiar no ya en las propias fuerzas, sino en fuerzas no propias.
...
La crisis de la mitad de la vida es la coyuntura de la esperanza
y esto representa una "apretura", una conmoción y una perplejidad
que puede llegar a la angustia.
El tema es apasionante y nos afecta a todos de manera insoslayable.
Es una situación límite de nuestra existencia.
...
Prólogo de la edición española
Carlos Castro Cubells
3 comentarios:
Esas crisis me parece que son la fuerza que hace la vida dentro nuestro para no quedar estática, y ese estado nuestro de "Estático" es consecuencia de nuestro "deseo" de certezas, cuando la única certeza que puede tener el ser humano es que un día la muerte lo va a llevar.
Las crisis nos arrancan de nuestro letargo (de nuestra "vida" tranquila).
Un beso,
Diego.
Diego
Estoy más que de acuerdo con Yinius y contigo... -mis queridísimos lectores y amigos!!-
Creo que lo nuestro es completar, buscar el todo desde la pequeña parte que nos forma.
Así, me atrevo a incluir, para mantener presente lo que Franz Kafka asegura: "Hay una meta, pero no un camino; lo que llamamos camino es vacilación."
SALUDOS
Pam: Si me permitís que te sugiera un libro, acá te dejo el título: "Una Temporada con Lacan" de Pierre Rey.
Creo que te va a gustar mucho.
Saludos, abrazos,
Diego
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