que colgaba sobre el altar, El Juicio Final.
La pintura no contribuyó a mitigar su angustia.
Era una representación horripilante, de quince metros de altura,
de Jesucristo separando a la humanidad en justos y pecadores,
y arrojando a los pecadores al infierno.
Había carne despellejada, cuerpos ardiendo, e incluso
un ribal de Miguel Ángel sentado en el infierno,
con orejas de asno.
Guy de Maupassant había escrito en una ocasión
que el cuadro semejaba algo pintado por un carbonero
ignorante
para una barraca de lucha libre de una feria.
Ángeles y Demonios
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